nionistas vs Racing de Ferrol en A Malata: jugadores blanquinegros luchando en un campo embarrado durante un partido de Primera RFEF.

🦑 Lunes de Calamares | La maldición de medirlo todo

Uno intenta vivir con mesura, pero el fútbol no entiende de medidas exactas.
Aquí todo se estira, se encoge o se desajusta cuando menos conviene.
Y al final, como casi siempre, lo bueno llega justo después de que algo se haya ido a la mierda.

Medidas, cuñados y errores que pesan más que los aciertos

Me paso el día midiendo las palabras. Haciendo esfuerzos titánicos de contención verbal ante cualquier contratiempo, injusticia o agravio cotidiano. Que si en el banco no te dejan hacer nada de operaciones con el efectivo que cosecho jugando a la brisca a partir de las once de la mañana —por culpa del blanqueo de capitales—, que si pides cita en la peluquería y solicitas un corte con números concretos, respetando la delicada proporción entre el crecimiento de mis narices, mis orejas y el vello asilvestrado que brota de ambas… nada. El peluquero hace lo que le da la gana. Como todos.

Así que uno traga, respira hondo y se obliga a encontrar la palabra justa. Como si la vida fuese un eterno Cifras y Letras, pero sin premio y con más calvicie. Estoy por tomar medidas. De verdad. Porque el domingo, por ejemplo, los rivales parecían sastres, estirando camisetas de Unionistas y con el ojo avizor como si estuvieran ajustando bajos de pantalón en plena boda. Y ya puestos a medir, Unai Marino no midió bien el salto y nos cayó el primero en A Malata, ante un Racing de Ferrol que hasta entonces incomodaba lo justo, como ese cuñado que solo habla cuando hay aceitunas para dar goce al público con su mascar.

Unionistas, eso sí, se plantó bien. Mario Simón, eso sí, no volvió a sorprender a nadie con la alineación Pere Marco como punta en lugar de Gastón Valles; Jan Encuentra y Farru regresando a su sitio en defensa; Jota de nuevo de inicio. La primera parte dejó una doble ocasión para Jota y Hugo de Bustos, un disparo ajustado de Pere Marco y varias llegadas con cierta mala intención. Sin goles, pero con argumentos en unos pupilos que habían estudiado bien los apuntes que dejó en la pizarra el míster.

Destacó especialmente la presión en salida de Álvaro Gómez y Hugo de Bustos, un día más, que no pararon de correr. Carreras largas, sostenidas, retornos eternos. Aquello parecía más una prueba de pista cubierta para algún campeonato que un partido de fútbol. El esfuerzo y el compromiso de los jugadores unionistas son indiscutibles. Luego está lo de la precisión, claro, pero eso va de ajustar cada acción al milímetro y hacerlo en el momento adecuado. Como soltar el comentario perfecto en el instante justo y en el contexto correcto. Algo al alcance de muy pocos, porque cuñados somos todos, pero ágiles mentalmente, no tantos. Yo, sin ir más lejos, me conformo con un chiste a tiempo. Un “mamá mira, sin pies; mamá mira, sin manos; mamá mira… sin dientes”. Éxito asegurado entre los menores de ocho años, biológica y mentalmente hablando. Mi público más fiel. Y, curiosamente, el mismo que se me arrima cuando bajo al vermut de rigor.

La segunda parte fue otro cantar. Hugo de Bustos empató de cabeza como si fuese el nueve del equipo. Este chico juega como un veterano. Algo que, fuera del fútbol y a su edad sería casi un insulto- pero que es halago ente los gurús balompédicos- y nos llevaría directamente a la imagen de un señor con americana de coderas, pantalón de pana y mocasines. Motivos para la burla. Pero por lo que tengo ojeado en las revistas de moda que me caen en las manos como suplemento eso ahora es tendencia y la juventud se endominga así. Ver para creer. Unos, gastando fortunas y salud, queriendo aparentar ser más jóvenes y estos, dándoselas de viejos.

Luego estuvo Juanje, que cometió su tercer penalti de la temporada. Fuera del área es top; dentro del área propia es el terror de los centros de planificación familiar, pidiendo la píldora del día después a gritos. Bromas aparte, lo serio es que de dos acciones intrascendentes a balón parado salió una pena máxima que olía a derrota. Pero Unai Marino hizo la estatua, el balón besó el poste y respiramos. El corazón iba ya como si estuviese sentado en el asiento trasero de un coche sin frenos, sin cinturón de seguridad y la ventanilla bajada.

Con tanto sobresalto, Mario Simón midió las pulsaciones del equipo y vio que hacía falta calma. Ya había entrado Carlos de la Nava para esos menesteres, pero el nuevo palizón de Jota obligó a mover ficha y dar entrada a Luis Roldán para cerrar el partido, asegurar el empate y evitar más sustos. Y ahí fue cuando Luis Roldán, del que esperábamos saliese al campo con la taza de tila en la mano para rebajar la tensión y confiado tras los halagos de la semana pasada, confundió calma con displicencia. Pase atrás sin tensión, balón a tierra de nadie, uno contra uno del punta rival contra Marino. El portero salvó la primera, pero el rechace cayó donde siempre cae: en los pies del contrario. Gol. Y adiós a un puntito que tenía el gustito de esa cesta que te toca  en el bar con en el sorteo de navidad.

Tocó cerrar el domingo con cara de quien paga una ronda y ve que el camarero no trae el cambio después, otra vez, de un gran partido. Habrá que mantener la línea de trabajo, porque este equipo hace muchas cosas bien, aunque ya se sabe que a todos nos miden más por los errores que por los aciertos. Así que tocará seguir, ajustar lo justo, respirar hondo y aceptar que esto va de resistir, de ir pasando pantallas sin manual de instrucciones. Al fin y al cabo, como cantaba Robe Iniesta, vivir es ir tirando.

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