Unionistas 2025-26 Jornada 1: el quicio de la puerta

Unionistas arranca con intensidad, carencias y una puerta rota. Pero lo que falta no es madera: es liderazgo.

Es fácil quedarse del partido de Unionistas frente a Osasuna Promesas con la anécdota de que el técnico Oriol Riera rompió una puerta y, atendiendo a los titulares de prensa, llegó después a la sala con los ojos inyectados en sangre, un Zippo prendido en una mano, un bidón de gasolina en la otra y una motosierra colgada del hombro.

Leyendo solo la noticia y el titular, cualquiera podría pensar que el entrenador dinamitaba el proyecto y daba la temporada por perdida en la jornada uno, arremetiendo contra jugadores y contra la dirección deportiva por la confección de la plantilla.

Las dos acciones —romper la puerta y afirmar que al equipo le falta calidad en las zonas de ataque— nos llevan a pensar que todo ello lo hizo airado y hecho una furia. Ese sesgo de atribución, al leer ambas cosas juntas, nos invita a creer que quien rompe una puerta está cabreado y que, por ende, lo que dice después lo dice desde el mismo estado emocional de enfado y pérdida de control. Vista la rueda de prensa, sin embargo, se puede tamizar la valoración: sus palabras posteriores sonaron más a un acto de sinceridad, de exposición cruda de la realidad del equipo, que a un abandono o renuncia en la primera jornada.

Unionistas tuvo en Osasuna Promesas el espejo en el que debe mirarse. El filial rojillo juega como si siguiese en la vieja Segunda B. Su entrenador, Santi Castillejo, forjado en el barro de esa categoría, ha construido en sus años al frente un equipo guerrillero: que no se expone, permanece agazapado, impide avanzar al rival y, en cuanto huele sangre, golpea. Así se llevó los tres puntos: jugando con el reloj, parando el partido cuando convenía y acelerando en el momento exacto. El buen pie de Miguel Auria y la definición de Dani García bastaron para congelar al Reina Sofía.

En el lado Unionistas, el resultado no debería empañar todos los méritos. El equipo estuvo intenso en la recuperación de la pelota, serio en defensa y limitado en ataque. Hubo problemas para armar juego: a Luis Roldán le pusieron un hombre encima y poco pudo ayudar a sus compañeros en la salida de balón. Osasuna, con la lección aprendida, dejaba que fueran Ramiro y Gorjón los que iniciaran juego, con el resultado conocido: la nada. Juanje aportó piernas, intensidad y mucha brega en el centro. Jota volvió a enseñar que es el único que parece tener algo distinto cerca del área rival. De La Nava, una vez más, se sumergió en la intrascendencia en un esquema que no le ayuda, y su relevo, Álex Pachón, no aportó mucho más que mayor intensidad defensiva.

En un equipo con tantos jóvenes, los veteranos son quienes deben marcar la pauta y mostrar, desde el césped, qué hacer en cada situación de partido. De la Nava no lo hizo en la primera parte. Ramiro, con su error en la acción del gol —persiguiendo a no se sabe quién en el descuento—, evidenció otra de las grandes carencias de este Unionistas: liderazgo. Falta creatividad, desborde, gol… pero sobre todo falta alguien que ponga los puntos sobre las íes. El central y el diez, los dos capitanes, aunque duela, no dan ese perfil. Enfrente, en cambio, Mikel Serrano asumió el rol de jefe, mandando y ordenando a sus compañeros, consciente de que su fichaje le obligaba a dar un paso adelante dió una lección en esas lides a sus antiguos compañeros.

Acabada esta primera jornada, Antonio Paz tiene muchos deberes: buscar desborde y un líder. Este Unionistas arrancó como toda buena película americana de baloncesto: con un equipo que parece incapaz de ganar a nadie y un entrenador impotente ante las evidentes carencias. La trama seguirá con derrotas hasta que, llegado el momento, en un acto de revelación, nuestro Coach Carter encuentre el mensaje que ilumine a sus pupilos, o que por azar alguno de los nuestros se convierta en el hombre lobo que interpretó Michael J. Fox. Mientras tanto, Antonio Paz sigue buscando la guinda del pastel. Y ojalá no nos sorprenda trayendo, al final, una simple lata de piña en almíbar de marca blanca.

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