
Jordi Tur: dos meses en Rusia, entre viajes infinitos y certezas interiores
“Me está abriendo mucho la mente el hecho de viajar a diferentes ciudades y ver esas pequeñas diferencias dentro de un mismo país.”
A doce mil kilómetros de casa Jordi Tur, donde el invierno asoma en cada respiración y los trenes parecen avanzar hacia el infinito, J aprende a habitar el silencio. En Khabarovsk, un rincón remoto del mapa, el ex de Unionistas ha encontrado algo más que fútbol: una forma de reconocerse. Allí, entre rutinas extrañas, lesiones, victorias contenidas y palabras nuevas en ruso, el ibicenco descubre que adaptarse también es una manera de ganar.
I. El mapa y la distancia
En los mapas, Khabarovsk aparece como un punto remoto, casi mítico, a 12.000 kilómetros de distancia, muy lejos de todo. En la realidad, es donde Jordi Tur ha comenzado a construir su rutina: una ciudad que es, a la vez, descubrimiento y aprendizaje. Khabarovsk es el nombre de ese lugar desconocido donde ahora desayuna, entrena y aprende a pronunciar palabras en ruso antes de lanzarse a seguir viviendo su sueño de ser futbolista. Allí libra una nueva batalla en el barro, alejado de cualquier foco y sin más atención que la de los suyos, en la Primera División de Rusia.
Llegó hace dos meses al SKA Khabarovsk desde Unionistas con la inquietud de ponerse a prueba, de averiguar si este salto al otro lado del mundo podía ser el paso que lo llevara hasta la Premier League rusa. Dos meses después, sus palabras ya no describen un simple fichaje, sino una experiencia con la densidad de una novela de Dostoievski: lenta, introspectiva, a ratos dura, siempre reveladora.
“Me está abriendo mucho la mente el hecho de viajar a diferentes ciudades y ver esas pequeñas diferencias dentro de un mismo país”, explica. Lo primero que le sorprendió no fue el clima ni las distancias, sino algo más sutil: “La seguridad y la limpieza que hay, y el respeto hacia las personas mayores. Eso me descolocó.”
De Salamanca al Extremo Oriente ruso: un trayecto inimaginado. De Unionistas, un club familiar y cálido, a otro en el que incluso los jugadores rusos que juegan en el equipo están lejos de casa y de sus familias. Dos meses después de su llegada y de nuestra primera conversación, las palabras de Jordi revelan matices distintos, un poso de quien empieza a entender que la vida no se mide en trofeos ni medallas, sino en la capacidad de adaptarse. Así va comprendiendo que el frío carácter ruso —y, sobre todo, el de quien está solo— también aviva el calor interior. Lo que podría ser desconcierto se ha convertido en curiosidad, en deseo de hacer del país un espejo.
“Lo que más me está ayudando es aplicar la expresión ‘donde fueres, haz lo que vieres’. Aprender ruso, interesarme por su gastronomía, por sus costumbres… Soy curioso, y si algo me puede servir, lo incorporo.”
II. Rutina y soledad
El día a día de Tur está marcado por la diferencia horaria con España. En Khabarovsk construye una rutina muy alejada de la imagen que solemos tener de un futbolista profesional. Se levanta a las siete de la mañana para hablar con su novia, cuando en Salamanca aún es medianoche. Luego dedica su tiempo a estudiae ruso para mejorar su comprensión de lo que el entrenador demanda de él y relacionarse con todos sus compañeros, avanza en construir con paciencia y detalle proyecto personal y profeseional fuera del fútbol o acude al gimnasio para hacer trabajo preventivo y de fuerza. A las 15:30 empieza el fútbol, pero las verdaderas horas largas están en el antes y el después, en ese terreno invisible donde se sostiene la estabilidad emocional de quien vive lejos.
“Lo primero que hago cuando me levanto es hablar con mi novia que está en España, luego estudio ruso o avanzo en un proyecto personal. Dos veces por semana voy al gimnasio antes del entrenamiento. Y después, entre familia, novia y compañeros, intento ir llenando las horas.”
El inicio no ha sido fácil, más aún teniendo que lidiar con una lesión que lo obligó a detenerse un par de semanas. Fue un momento complicado pero que le ha revelado un síntoma de madurez. Una lesión como esta, no hace mucho, le habría agriado el carácter pero hoy ya no la recibe como una tragedia sino como aprendizaje, algo que relativizar para no inquietar a todos los que preocupan por él desde su casa y que, por ello, le ha permitido ver los contratiempos desde una perspectiva diferente. La soledad también se entrena: a veces duele, a veces fortalece, siempre obliga a mirarse a uno mismo sin paños calientes, con crudeza.
“He pasado momentos de bajón en los primeros días, de echar de menos, pero lo he normalizado. Me ayudó a afrontar el parón por la lesión el hecho de valorar todo lo que aún tenía por delante, ver la cantidad de cosas que me quedan por experimentar en esta aventura me cargó de energía para cuando estuviera recuperado.”

III. El fútbol como refugio
En el césped, su adaptación no ha cambiado su manera de entender el fútbol, pero sí le está obligando a incorporar nuevas capas como la de ajustar su juego a la cultura rusa, la de entender que en Rusia el juego exige otras respuestas, otra paciencia.. Tur va comprendiendo, gracias a unos ojos bien abiertos y sus ganas de aprender, lo que puede aportar al equipo. Así, en las últimas semanas, tras un inicio en el que era un recurso para los últimos treinta minutos se ha afianzado en el once titular, ayudando al equipo a remontar el vuelo y enlazar tres triunfos consecutivos para comenzar a mirar de cerca los puestos de playoff de ascenso. Pero el en SKA Khabarovsk los triunfos se celebran poco, con una sobriedad casi estoica. Él se encarga de romper ese hielo:
“La victoria ante el Ural Yekaterinburg fue muy difícil, ganar a uno de los mejores equipos de la liga, y encima fuera de casa. Llegaba al vestuario y nadie decía nada. Aquí celebran poco, pero yo me encargué de que alguno bailara un poco. El director deportivo me dijo que tenía que ‘hispanizar’ el vestuario. Eso intento hacer.”
La pertenencia, sin embargo, es más esquiva. En Unionistas o en Soria jugando para el Numancia sintió el arraigo, el calor de una hinchada que era prolongación de su ciudad. En Khabarovsk, donde incluso sus compañeros están a miles de kilómetros de su casa, construir ese vínculo resulta mucho más complicado que se produzca. La comunicación con la afición, en el cara a cara e incluso por las redes sociales, para los jugadores extranjeros es muy complicada en un país como el ruso debido a la barrera del idioma, aunque en un club modesto como el SKA Khabarovsk sienta una cercanía insospechada cuando firmó.
“Será muy difícil sentir lo que sentí en Unionistas o Numancia. Aquí casi todos estamos a muchísimos kilómetros de casa, incluso los rusos. La comunicación con la afición es complicada, pero la gente del club es cercana, intentan que nos sintamos bien.”

IV. El viaje interior
Jordi no se pierde en nostalgias. El niño que soñaba con ser futbolista se recuerda a sí mismo en cada viaje que el fútbol le regala, en cada estadio que descubre en este vida nómada del jugador profesional, en cada retransmisión televisiva de la que puede disfrutar: el sueño, para Jordi Tur, ya está cumplido, y lo que venga después será añadidura. Su futuro se mide en ilusión, más que en certezas.
“El sueño que tenía de niño de ser futbolista lo estoy cumpliendo en todos los aspectos: día a día, infraestructuras, viajes, retransmisiones… Eso me lo llevo para siempre. Lo que venga después ya lo veremos, pero estoy disfrutando mucho mi día a día.”
De estos dos meses de vida en Rusia Jordi se lleva muchos kilómetros a sus espaldas pero, ante todo, carga con nuevas experiencias que le están ayudando a crecer, a volver a creer. Este recorrido de decenas de miles de kilómetros le están haciendo ver que el viaje interior en el que está inmerso es más exigente que el deportivo y, sobre todo, más valioso.
En lo personal, me está enseñando a buscarme la vida, a entender otra forma de vivir, a salir de mi zona de confort. En lo profesional, que el futbolista español que no alcanza el fútbol profesional en nuestro país sí lo puede hacer fuera si tiene mentalidad abierta, ilusión y ambición. El nivel en España es muy alto, y el embudo muy estrecho.”
Quizá por eso su voz suena más a viaje transiberiano que a entrevista futbolística: frases que avanzan despacio, observaciones que mezclan nostalgia, respeto y distancia, convicciones que se desgranan a fuego lento. Jordi Tur ya no está solo jugando en Rusia. Está, sin saberlo, escribiendo un capítulo de vida con resonancias literarias, donde el fútbol es apenas la excusa para hablar de lo esencial. A veces la vida de un futbolista se parece más a un viaje literario que a una hoja de estadísticas. Jordi Tur, con un armario de abrigos gruesos aun por estrenar transmite, en su mirada cálida, el fulgor de la luz del sol contra la nieve de quien está cumpliendo un sueño, escribe su propio capítulo en el Este ruso.
El relato del viaje al otro lado del planeta es una historia donde el fútbol es apenas la excusa: lo esencial está en cómo un chico de Ibiza se va a enfrentar, desde un ejercicio de introspección continua, al invierno de Dostoievski y viendo como lo va superando, a buen seguro, serán muchas ocasiones en las que lo descubramos bailando en el vestuario.
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí.
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Enhorabuena por el reportaje. Nos ha gustado mucho.Saludos desde Ibiza.
¡Muchas gracias! Es una alegría descubrir que os ha gustado. La historia de Jordi Tur merecía ser contada con calma, con ese aire de viaje y aprendizaje que tiene todo lo que empieza lejos de casa.
Un abrazo grande hasta Ibiza, y gracias por acompañarnos en este camino en Superviviente Blanquinegro.